Chapapote… Nunca Máis
Las noticias que empezaban a aparecer en los informativos me dejaron con cierto aire de intranquilidad. En tan sólo una semana, todos comenzamos a ser más conscientes del desastre que se nos avecinaba; el buque Prestige se había hundido y las costas gallegas empezaban a teñirse de chapapote.
El 1 de diciembre de 2002 tomé la decisión de ir a verlo con mis propios ojos, con la cámara como testigo. A la Costa da Morte había llegado la primera oleada; el 2 o 3 de diciembre entró la segunda.
La casa de una amiga, en Malpica (muchas gracias Vane), fue mi refugio durante esos días. Al llegar, mi primer impacto fue el intenso olor a fuel. Por las calles de Muxía, Corme, Malpica… se veían gaviotas manchadas. Cuando te acercabas al agua, se veía toda la orilla negra. Todo era muy gris; los días eran cortos y hacía mal tiempo, veías la tristeza en las caras de los vecinos, la gente que intentaba limpiar el chapapote estaba sobrepasada… Aparecían aves enterradas en fuel.
La respuesta ejemplar de solidaridad en las tareas de limpieza también se dejó ver en forma de donativos en los bares para que los voluntarios pudieran tener por lo menos un bocadillo o un plato caliente para recobrar fuerzas. Como contrapunto, la escasez de efectivos también fue muy evidente. La gente que llegaba trataba de organizarse, no se veía un gran despliegue del Ejército, tampoco por parte de la Administración. Sin embargo, en los periódicos la imagen era muy diferente.
En A Mariña también se notó la tensión. Aunque el alcance fue mucho menor, había mucha preocupación entre los marineros y toda la sociedad. Incluso en el momento de desplegar las barreras anticontaminación, había reticencias sobre su eficacia entre la gente del mar. Llegaban manchados frailecillos, araos, alcatraces…
Parte de este proyecto, realizado íntegramente en analógico, se incluye en el relato gráfico promovido desde la plataforma Burla negra en una exposición que recorrió toda la geografía española y a través del libro Marea negra.